Siempre que se clasifica una obra con la frase “basada en hechos reales”, deberíamos sospechar una posible farsa. Pero esta comedia, que la compañía teatral Los Guggenheim reestrena, no es el caso. Alejandro Ricaño dirige esta puesta en la que los integrantes de la compañía son sus propios personajes, es decir, se representan a sí mismos para conmemorar el origen de su formación como grupo teatral y su compañerismo.
Sunday y Gorka vuelven después de diez años al pie del escalón que no lograron ascender: escribir y montar una obra de teatro. Viajaron a Europa para hacer su intento escénico y fracasaron. Para la revancha, el destino sumará a otros dos individuos, cada uno con más decepción y frustración que el anterior. Los teatreros, el roba novias y el albino interpretan a un grupo de desempleados que construirán en escena la representación de la amistad y el calor de anhelos nuevos y añejos: transmutar el miedo universal al fracaso por la amistad. Los temerarios intentos fueron las etapas que el mismo Ricaño transitó antes de su presente éxito.
La obra, que se estrenó en 2009, le otorgó a Ricaño el Premio Nacional de Dramaturgia. “Armas la obra exagerando, sumando lo que ves, incluyendo la ficción”, dice Alejandro. Cada una de estas licencias creativas tiene por testigos y cómplices a los protagonistas, y se convierte en catarsis colectiva frente al público.
Los Guggenheim se forjaron primordialmente en las dificultades de crear un drama y llevarlo a los foros. La satisfacción que el público encuentra en esta comedia quizá radique precisamente en haber recuperado esa identificación de experiencias compartidas, de luchas paralelas en la vida. Parecería que la obra refleja una terapia semanal de este grupo de actores ante el público (y posiblemente así sea); sin embargo, Más pequeños que el Guggenheim es portavoz de todos los creadores escénicos que han debido abandonar y retomar su lucha creadora.