¿Es la fascinación por Gilberto Owen el punto de partida para el montaje de Los Ingrávidos?
El punto de partida es mi fascinación por la novela. En 2011 Valeria Luiselli me llamó por teléfono para invitarme a dramatizar unas escenas del libro en su presentación. Yo andaba tapado de trabajo y acepté apresuradamente, sin imaginar la potencia dramática que tenía esta historia. Salí revolucionado de la presentación, elucubrando la hipotética versión teatral.
¿Cómo es Gilberto Owen y el ámbito literario mexicano de esa época?
El que aparece en escena no es Gilberto Owen, es un personaje creado por la narradora de la historia, una interpretación de ciertos vestigios biográficos y poéticos de Owen. La característica esencial de la vida y poesía de Owen para Los Ingrávidos, el motor dramático, es el eterno sentido errante de este hombre, su profunda aversión a pertenecer a un grupo y, derivado de todo esto, su autocondena al desamor y a la nostalgia
¿Tienes una inquietud particular por ir hacia el pasado, por evocar a los fantasmas teatrales?
En el teatro uno no inventa nada, interpreta y representa. Toda obra de arte conserva un espíritu fantasmagórico, pues es un desdoblamiento de un acontecimiento original en la vida o mente del autor.
¿Qué de tu obra permanece inalterable en la novela y qué le aporta?
Mi versión es una materialización de la historia que yo leí, definitivamente distinta a las infinitas interpretaciones de otros lectores. La versión teatral agudiza el concepto "ingrávido" de la novela, al resolverse sólo con tres actores que dibujan y desdibujan múltiples personajes, las escenas se crean de la nada a vistas del espectador. Descabecé unos personajes, otros los fusioné. Valeria opinó y me brindó el beneficio de la duda.