Estamos en Nueva Orleans, 1948, y conocemos la historia de Blanche DuBois, una mujer sureña que, tras perder su plantación ancestral, busca refugio en la casa de su hermana Stella y su marido Stanley Kowalski. La llegada de Blanche perturba la vida de la pareja, desencadenando una serie de conflictos que revelan las tensiones sociales y personales. De eso va Un tranvía llamado deseo, obra llega a la CDMX y con nada menos que Marina de Tavira como Blanche, hablamos con ella sobre qué implica adaptar una pieza con tantos años y cómo se mantiene vigente.
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Un tranvía llamado deseo ha sido un claro ejemplo de la colectividad que significa hacer teatro. ¿Cómo has experimentado esta colectividad?
La obra me la propuso Diego del Río un día. Me comentó que solo necesitaba encontrar al actor que pudiera interpretar a Kowalski porque es un papel complicado. Cinco años después me llama y me dice que ya tiene al actor. Iniciamos con Rodrigo Virago y, ciertamente, sí, él es actor que podía con ese personaje.
De ahí me embarqué en una aventura de leer y leer, y ver la filmografía de Tennessee Williams. Vi todas las películas a las que podía acceder. Leí sus propias memorias y una de las mejores biografías que se han escrito sobre él. En fin, me metí a hacer un trabajo de investigación teórica que después dejé a un lado y olvidé, ya que ahí iniciamos el gran viaje con todos y todas las personas del elenco, ha sido fantástico. De verdad, es un equipo talentoso, apasionado, súper teatral, que pone el alma en cada ensayo para crear este mundo que Diego del Río está construyendo. Es una muy bonita la aventura y me emociona mucho.
La pieza original tiene casi 80 años y pareciera que algunos de los problemas que aquí se plantean siguen sin superarse ¿Cómo influye esto a la hora de contar la historia hoy?
Pues mira, te voy a decir la verdad: la obra es tan poderosa que te pone esos temas enfrente. De repente Blanche está hablando de cómo es juzgada una mujer por la manera en la que vive su sexualidad y pareciera que lo estamos diciendo ahora. La mirada patriarcal sobre la sexualidad femenina y sobre la experiencia homosexual es brutal. Blanche lo dice desde un lugar distinto, desde una mujer que vive en 1948. No estoy diciendo que cómo lo vive ella sea igual ahora, pero esos asuntos siguen pendientes.
Sobre Blanche, durante los ensayos y las lecturas de la obra, ¿cómo ha sido ir construyendo a este personaje? ¿Cómo la has ido conociendo?
Pues lo vivo entregándome, como metiéndome al mar. Me dejo llevar de la mano de Diego del Río, entonces juego con lo que me propongan, sin prejuicios y sin ideas preconcebidas. Dejó que la ola me revuelque, sin certezas, apoyándome mucho en los demás.
Que se desarrolle en Nueva Orleans es una parte importante para entender la cultura y forma de comportarse de los personajes ¿esto sigue presente en la pieza que veremos?
No, justo no. Eso es lo que no vamos a plantear. Alejandro Morales, que es un actorazo que hace de Mitch, dice algo al iniciar la obra: "Nueva Orleans, 1948, sí, pero no". En ese "sí, pero no" vive la obra. No decidimos que fuera en 2025, ni en los noventa, ni en Nueva York o Tamaulipas. Es Nueva Orleans, 1948, sí, pero no.
¿Cómo crees que el público salga de la obra?
Es difícil decir eso porque la experiencia de los espectadores es propia. Me cuesta trabajo querer manipularla, pero a mí me gustaría que la obra les pasara, que la vivieran, que no fuera una experiencia antropológica, no como de "Ay, vamos a ver esta obra viejita que se ha montado 300 veces". No, sino que pudieran experimentarla, vivirla, y eso depende de nosotros. Tenemos que hacer que viva.
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