Hay pocos secretos en esta ciudad y aunque sé guardarlos, este debe ser un secreto a voces. En un local diminuto, Doña Mari, orgullosa y sonriente sonorense, recrea el sabor de su tierra de forma impecable. No hay manteles largos o carta de vinos. No es un lugar pretencioso. No es esa clase de restaurante, éste es directo como los norteños. Por eso, ir a comer a El Tobarito es como entrar a la casa de Doña Mari en su natal Hermosillo. Su fonda nace de la nostalgia. Hace algunos años decidió alcanzar a su hijo en el DF, pero al poco tiempo se aburrió. Se quería regresar, pero su hijo la convenció de hacer comida, ella le dijo “pero sólo sé cocinar lo de la casa”. Y eso hizo, como nadie. Su fuerte son los caldos. Un poderoso pozole de trigo cargado de verduras, tiernos elotes y el sabor inigualable que da el trigo inflado, se intercambia en una de las tres hornillas con el reconfortante caldo de gallina pinta, que no es de gallina, sino de cola de res, maíz y frijoles. El cocido, la sopa de queso, el menudo, todo hechos con ingredientes que Doña Mari manda a traer de Sonora. Sus sobrinas son las encargadas de comprarlos pero sólo donde ella les dice, si no son de ahí "mejor no me manden nada”. Así que cada semana recibe por avión las provisiones con las que además hace tamales de carne y de frijol dulce. La carta se completa con burritos de carne machaca, de carne deshebrada con chile colorado, percherones y chivichangas ¡con tortillas de harina sobaqueras! También traídas de S
La diversidad gastronómica ha cobrado importancia como nunca. Cuando salimos a comer ya no nos hacemos la pregunta de siempre, "¿a dónde vamos?". La interrogante se ha ampliado. ¿Qué se te antoja? ¿Italiana, árabe, polaca, china, norteña, mariscos? ¿Quién es el chef? ¿De quién es el restaurante? ¿Quién te lo recomendó? Todas estos cuestionamientos nos dan coordenadas de lo que queremos porque ya no se trata sólo de comer.
Cada vez más jóvenes chefs, emprendedores, diseñadores, arquitectos, artistas y empresarios han unido fuerzas para crear conceptos contundentes que no sólo impactan por la novedad y sabor de los platillos, sino por la planificación del espacio, diseñado para aumentar la experiencia en torno a la comida.
La Ciudad de México es cosmopolita, puedes degustar todo tipo de comida, elaborada con los más altos estándares de calidad mundial. Lo mejor de nuestra cultura culinaria es que lo mismo podemos asistir a un restaurante de manteles largos que a cantinas, fondas o al puesto de la esquina por quesadillas azules. Eso nos da valor. Los defeños somos arriesgados y arraigados.