Si bien para alcanzar el éxito, la serie Riverdale apostó por los lineamientos de fórmula correspondientes al drama juvenil y el suspenso con aire a telenovela, conservando únicamente los nombres del cómic que toma como base, al menos eso sirvió para que este terminara de consolidar una necesaria reinvención, la cual ya venía empujando desde unos años antes y que no terminaba de llevar hasta sus últimas consecuencias.
Contrario a lo que muchos pudieran pensar, y que algunos han utilizado como argumento para justificar la lamentable despedida fílmica de uno de los iconos del cine Hollywoodense de los ochenta, la franquicia de Rambo no inició siendo solo un vehículo plagado de explosiones y muertes sin ton ni son.
En realidad la primera entrega de la saga (1982), que se basó en los personajes de la novela First Blood de David Morrell, se ganó el reconocimiento a nivel mundial sustentándose en un discurso crítico, fiel reflejo de los resabios de esa guerra inútil que no solo perdieron los norteamericanos en Vietnam, sino que dejó marcada a una generación militar. Esas personas que al regresar, luego de luchar por lo que eran los supuestos ideales de su país y ver morir a sus compañeros y amigos, se encontraban con que ya no tenían un lugar en la sociedad y además eran despreciados por sus compatriotas.
Con ese trasfondo, Sylvester Stallone supo equilibrar el ímpetu del incipiente arquetipo del héroe de acción, con la mente fracturada de un exboina verde al que los reconocimientos por su valor no le sirven de nada ante la hipocresía y estigmatización de uno de los poblados de la America profunda, y el olvido de un sistema en el que pesan más los intereses políticos y comerciales que los individuos, no importa si estos han servido a la nación. La película dirigida por Ted Kotcheff, en cuyo guion colaboró el mismo actor, hablaba sobre una de las tantas cuentas pendientes que aún tiene Estados Unidos con su pasado.
Ese también es el tema de 303, saga realizada para el mundo de las viñetas por Garth Ennis (The Boys), quien en este caso en particular deja de lado su acostumbrado humor mala leche, para abocarse en un descarnado ejercicio de paralelismo entre el conflicto en Afganistán —que ya había sido visitado por John Rambo en la tercera parte de la franquicia— y un poblado de la frontera con nuestro país lleno de migrantes mexicanos. Aquí utiliza el trayecto de una arma como detonador del dialogo que expone la patología bélica íntimamente ligada con el motor que impulsa la historia de la humanidad.
Ilustración: Cortesía Panini Cómics
La narración que acompaña a las acciones, nutrida con referencias sobre conflictos de principios del siglo pasado y un par de citas a textos de los escritores británicos Joseph Rudyard Kipling y J. R.R. Tolkien, es el sardónico eco para la brutal travesía de un coronel ruso que cruzará su camino con un sherif, convirtiéndose en el instrumento de una insípida revancha, así como en la mustia respuesta a la profunda depresión que se vive en algunas comunidades que ven pasar el tiempo en el olvido, al margen de las grandes urbes, hasta concluir con una misión que le da voz a aquellos guerreros y soldados que murieron por nada.
Las ilustraciones de violencia estilizada realizadas por Jacen Burrows (Chronicles) juegan con el contraste entre la limpieza del trazo y los fondos, con la visceralidad a la hora de mostrar las consecuencias de los enfrentamientos, y la tosca gestual de los personajes que alude a cierta sátira vestida de realismo. Así, sus trazos están más que a la altura de una declaración sobre el sin sentido de la guerra que lleva siglos presente en el planeta y de lo irremediable que parece su existencia, alimentada por el desencanto que señala a una decadencia europea y desemboca en el antiamericanismo.
Publicado en México por Panini Cómics, este relato crepuscular logra lo que hubiera querido ser la fallida y olvidable Rambo: Last Blood (2019), catalogada y con razón, como una de las peores películas de su año.
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