La Juárez es un equilibrio peculiar: casonas porfirianas con plantas colgando en las ventanas, talleres de autopartes con reggaetón de fondo, galerías de arte, teatros autogestivos y departamentos de diseñador con perritos cool. Es barrio y es vitrina. Y en medio de todo eso, está LIONA.
Esta pizzería contemporánea apuesta por lo más difícil: hacer bien lo simple. Aquí no hay exceso de toppings ni masas infladas con ego. Solo ingredientes precisos, masa madre fermentada naturalmente, combinaciones pensadas antes de llegar al plato y una ejecución que deja que cada cosa sepa a lo que tiene que saber.
Detrás del proyecto están Andreina Matos y Leonardo Labartino, la dupla también responsable de Darosa, quienes han hecho de este lugar una extensión de su forma de ver el diseño, la hospitalidad y, claro, la cocina. LIONA se siente como un restaurante pensado desde el disfrute, no desde la pose. La decoración es otro reflejo de esta filosofía: sobria pero cálida, con maderas claras y esa luz suave que te hace querer quedarte más tiempo, como cuando encuentras un sillón cómodo o estás en medio de una conversación que no quieres que termine.
El menú apuesta por la calidad sin vueltas. Diez pizzas bien pensadas —Guanciale, Margarita, Napolitana, Zucchini y Salami Picante— junto con entradas que no son para rellenar, sino para disfrutar: flores de calabaza en tempura, ensalada de hinojo, coliflor rostizada con cremoso de queso pecorino y una burrata de búfala artesanal que se acompaña con pan de masa madre, sal y aceite de oliva. Nada sobra, todo encuentra su hueco en la barriga, como en un rompecabezas bien armado.
En la barra, los cocteles no se quedan atrás. Si no tienes mucha idea, ayúdate del mapa que proponen en la carta, que te guía a través de la gama de sabores. El Sicilian Spritz te transporta directamente al verano italiano con su mezcla de prosecco y cítricos, mientras que el Negroni Nduja —con un toque de salchicha picante italiana y licor de chile— da el golpe justo para los que buscan un poco de fuego en su copa. Y el Son Jarocho, con su base de whisky de maíz, mezcal, licor de café y cacao, es puro power azteca. Se inspiran en los clásicos, pero con un twist que incluye destilados y licores mexicanos.
¿Vino? Claro que sí. Aquí no se complican, hay solo cinco etiquetas naturales, provenientes de pequeños productores, con una acidez vibrante que hace match con la masa madre. Cada botella es una historia de terroir y honestidad que vale la pena. Si tienes oportunidad, prueba Eros, un vino naranja de Alsacia, para salir un poco de la rutina o de la dicotomía del blanco o tinto, como quieras ver.
LIONA no está aquí para venderte humo ni experiencias con bengalas. Es un lugar al que regresar y en el cual puedes confiar. Aquí no hay prisa, solo buen comer, buen beber… y sobran las pretensiones.
Lo suficientemente cerca del movimiento para sentir la ciudad, pero lo bastante escondida como para que parezca un hallazgo. Si al salir te topas con un gelato de Joe o un vino en Darosa, es porque la Juárez así lo quiso. ¿Quién necesita promesas cuando hay masa madre, buena compañía y un barrio vivo?
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