En No nos moverán, Pierre Saint-Martin transforma una pérdida familiar en una poderosa reflexión colectiva sobre el duelo, la justicia y la memoria del movimiento estudiantil de 1968. El cineasta nos platicó sobre el proceso personal que lo llevó a dirigir su ópera prima, inspirada en la enfermedad de su madre y el recuerdo latente de su tío asesinado en Tlatelolco. Con una estética en blanco y negro, humor inesperado y un profundo sentido de humanidad, la película busca recuperar una parte de la historia reciente de México desde la intimidad y la compasión. Además, fue nominada a 15 premios Ariel consolidándose así como una de las películas mexicanas más conmovedoras del año.
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No nos moverán parte de una historia familiar que también es una herida colectiva. ¿Cómo fue el impulso o el proceso para convertir ese recuerdo en el centro de tu ópera prima?
El impulso vino de un proceso personal. En 2017, mi madre estaba muy enferma. Yo tenía esta mezcla de frustración por no poder ayudarla y, al mismo tiempo, por no haber logrado concretar un largometraje. Sentía que había algo que necesitaba subsanar, y también una urgencia emocional. Quería que mi madre pudiera estar en paz con el recuerdo del fallecimiento de mi tío, que ocurrió en el contexto del 68. Me di cuenta de que ese dolor que ella cargaba se conectaba con el dolor de muchas personas que perdieron a alguien durante esa época. Y eso me dio cierta seguridad para escribir sobre ello, porque sentía que era una herida personal, pero también social.

Has dicho que tu madre fue una sobreviviente de esta pérdida gracias al humor. ¿Cómo transformaste esa memoria íntima en una historia más universal sobre el duelo, la justicia y la redención?
Aprendí de mi madre la compasión: compartir el dolor. Esa capacidad de conectar emocionalmente con otras personas abre la puerta a todas las facetas del sentir, desde el humor hasta el dolor más profundo. Creo que esas emociones son como dos puertas de una misma casa. La comedia nos permite recordar que nuestro dolor no es único, que es compartido, y que, como todo en la vida, también pasará. Me interesaba transmitir eso: que hay humanidad incluso en medio del sufrimiento.
En la película, la venganza aparece como impulso pero también como dilema moral. ¿Cómo convivieron esas dos fuerzas dentro de ti al escribir y dirigir la historia?
Es una emoción muy humana y, a veces, muy silenciada. Desde niño sentía que algo me debía la vida, o las personas. Sentía una deuda, y esa sensación se convirtió en parte del guion. Todos tenemos sociedades secretas con la venganza, relaciones internas muy densas. Lo hablé con los actores y lo entendieron perfectamente. Ellos aportaron mucho desde lo emocional, y eso hizo más fácil transmitirlo en la película.

Desde El grito hasta Rojo amanecer, el cine mexicano ha retratado el 68 de muchas maneras. ¿Qué aporta No nos moverán a esa filmografía?
Quisimos ofrecer una recuperación de la memoria histórica, pero desde una perspectiva más humana, más íntima, más familiar. Ya se había hablado del 68 desde lo político y lo social, pero nos interesaba hablar de las emociones, del presente. Tratar de entender cómo llegamos a este punto. No es justificar, sino comprender. Y también incorporar la comedia, porque permite hablar del absurdo de la venganza.
La decisión de filmar en blanco y negro le da un tono atemporal y casi documental a la película. ¿Siempre pensaste que debía ser así?
Sí, desde el inicio. Me preguntaba cómo retratar visualmente a una mujer atrapada en el pasado. Y pensé en una fotografía en blanco y negro: un tiempo detenido. Era coherente con la historia. Aunque sabíamos que eso podría dificultar la distribución, mi productor Víctor Lechuga, el fotógrafo César y todo el equipo coincidimos en que tenía sentido. Y ahora que se estrena en salas, queremos demostrar que una película en blanco y negro también puede conectar con el público.
La recepción en festivales y en el extranjero ha sido muy positiva. ¿Cómo has vivido esa respuesta del público?
Ha sido muy emocionante. La gente se compromete con la historia, se queda pensando, pregunta cosas, se conmueve, llora… y también se ríe. Eso me encanta, porque así es la vida: pasamos de una emoción a otra. En México, sobre todo, siento que la película ha sido muy abrazada. Creo que habla desde un lugar muy mexicano, y ojalá contribuya a este momento de recuperación que vive el cine nacional.
Estás nominado a los Premios Ariel con 15 nominaciones. ¿Esperabas ese nivel de reconocimiento?
No lo esperaba. Pensábamos que tal vez se reconocería el trabajo de Luis Huertas, César, Alberto Patiño… pero cuando dijeron que eran diez nominaciones, nos sorprendió. Luego se rectificó y fueron quince. Es como una invitación a una fiesta donde van a estar personas que admiro y quiero, como Astrid o Luis Palacios. Empezamos casi al mismo tiempo a hacer cortos, y ahora compartir esto con él es muy significativo. También me emociona estar nominado junto a Corina, con Úrsula Pruneda, y mi maestro Rodrigo Prieto, que es una de las personas más generosas que he conocido.

Has mencionado que no sabes si el cine puede sanar un trauma colectivo, pero sí propiciar una conversación. ¿Qué conversaciones esperas que despierte No nos moverán?
Me interesa que se hable del perdón, de comprender al otro, de nuestras dolencias. Que la película provoque conversaciones familiares. Te cuento algo: en una función en Toulouse, una mujer se me acercó después de verla, fumando un cigarro como de cine negro, y me dijo: “Perdí a mi hermano hace muchos años. Después de ver tu película, no sé si deba dejarlo ir ya.” Y empezó a llorar. Me conmovió muchísimo. Eso es lo que yo quiero: que la película lleve a las personas a hablar de sus emociones guardadas, a sanar, o al menos a retomar conversaciones inconclusas.
Dir. Pierre Saint-Martin. México, 2024. Con Luisa Huertas, Rebeca Manríquez y José Alberto Patiño. Estreno jue 24 de julio.
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