Todos somos extraños

Emotiva y casi indefinible. Todos somos extraños es la nueva película de Andrew Haigh, cinta que se configura como una historia fantasmal de amor y soledad que nos golpeó como un puñetazo en el abdomen. Hacia el final creemos que las lágrimas no pararán de brotar de tus ojos.

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Aquí conocemos a Adam (Andrew Scott), quien emprende un viaje de regreso a su infancia, busca un sentido de sí mismo y se enamora perdidamente de su misterioso vecino (Paul Mescal). Entre pisos vacíos y convivencias irrelevantes es que esta relación se va forjando. 

Creemos que la cinta contiene un océano de corrientes emocionales. Adapta la novela del escritor japonés Taichi Yamada 'Strangers', pero cambia su escenario de Tokio por Londres, Haigh crea una ciudad casi imperceptiblemente desequilibrada, llena de bloques de departamentos sin alma, desconexión y soledad, además de que añade una gran cantidad de detalles autobiográficos a la historia. A pesar de todo eso, es una película llena de amor por su entorno. 

Ahora, todos estos detalles e historia personal se vierten en Todos somos extraños, que completa la trilogía informal del cineasta sobre el amor, junto con 'Weekend' y '45 Years' . "Esas dos son sobre el principio y el final del amor, y esta se trata de su poder y -sin sonar idiota- su importancia cósmica", ha declarado Haigh. Para hacerla, hizo algo casi sin precedentes y filmó en su propia casa de la infancia, así como en otro lugar frecuentado anteriormente.

Todos somos extraños nos adentra a un mundo íntimo donde cada lugar relatado se siente como esculpido por la pareja que vemos en pantalla. Como si construyéramos las ciudades en conjunto, con nuestras vivencias, errores y frustraciones.

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