La Faena
Ariette Armella

Dónde desayunar, comer y cenar en el Centro

No hay mejor plan que ir a pasear al Centro. Aquí te decimos dónde tienes que desayunar, comer y cenar cuando vayas.

Andrea Vázquez
Escrito por
Andrea Vázquez
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En los poco menos de diez kilómetros que conforman el Centro Histórico existen museos, templos, plazas y testigos de las diferentes etapas históricas por las que ha pasado nuestro país. Definitivamente, el Centro es uno de los lugares que más nos gustan para pasear, disfrutar de actividades culturales y, por supuesto, para comer. Y aquí te contamos dónde desayunar, comer y cenar si planeas pasar el día en el Centro.

No por nada el corazón de la CDMX fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad, además de que es uno de los destinos favoritos tanto para nacionales como para extranjeros; en él podemos encontrar los vestigios de cuando era un islote rodeado de lagos navegables, antes de la llegada de los españoles. Uno de esos vestigios es el Templo Mayor.

A su lado quedan emblemas del periodo virreinal, como la Catedral, que comenzó a construirse en el s. XVI, y fue clave para el ordenamiento de la nueva ciudad. Pero el Centro también alimentó a la era moderna, por ejemplo, con la construcción de la Torre Latinoamericana o la Alameda Central.

El Centro Histórico se camina y se vive, y para que no lo hagas con la panza vacía, pásale a ver en dónde tienes que desayunar, comer y cenar en el Centro Histórico.

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  • Restaurantes
  • Cuauhtémoc
  • precio 2 de 4

Hablar de clásicos siempre implica un riesgo, sobre todo en restaurantes: son bastantes los que viven de sus glorias pasadas. Afortunadamente, hay algunos que ameritan su prestigio y ofrecen lo que cualquier comensal esperaría de tal categoría: excelente comida y buen servicio.

Justo es eso lo que convierte a El Cardenal en un auténtico clásico desde hace 43 años, cuando abrió sus puertas en las calles de Moneda y Seminario, para finalmente alojarse en un edificio porfiriano, cuyos cuatro salones cuentan con techos altos y columnas de cantera.

Aunque su propósito es mantener los procesos tradicionales de la cocina mexicana (como preparar el nixtamal para elaborar tortillas u hornear el pan en casa) con una carta que busca "evocar la provincia mexicana", el menú cuenta con platillos atípicos, como son las exquisitas albóndigas de salmón o las láminas de atún sellado, delicias del mar hasta hace poco ajenas a la mesa mexicana.

Para comprobar la autenticidad de sus procesos artesanales, vale la pena probar sus desayunos, pues ello equivale a recorrer el bajío con el paladar. Ya sea con una tortilla de huevo con escamoles, unas gorditas hidalguenses o unas suculentas enchiladas mexicanas, el aroma del pan recién horneado basta para olvidar el bullicio del primer cuadro del Centro. De tomar, es imprescindible pedir un chocolate Doña Oliva, marca registrada de manufactura casera.

Por otra parte, los guisos que sirven a la hora de la comida están pensados para satisfacer cualquier tipo de antojo: para los días calurosos recomendamos arrancar con los tacos marineros de camarón y seguirlos con un robalo a la talla.

Desde luego, también hay platillos más aventurados, como la pechuga de pollo con mole colorado, rellena de queso de cabra. Otro gran acierto acá son los platillos de temporada: en primavera hay flores de maguey y tortas de huazontles; en verano, gusanos de maguey.  En las fiestas patrias es casi una obligación probar sus chiles en nogada, rellenos con picadillo preparado con carne de res, durazno, manzana, plátano, jitomate, cebolla y especias.

Aunque el lugar es frecuentado por políticos, celebridades, oficinistas y turistas hospedados en los hoteles aledaños, el ambiente del Cardenal dista del formalismo o la etiqueta. Eso sí, las dosis de nostalgia están garantizadas para cuando el pianista en turno repase el cancionero romántico mexicano con soltura.

  • Restaurantes
  • Cafés
  • Cuauhtémoc
  • precio 1 de 4

La tradición de ir a comer churros a El Moro prevalece con los años. Este lugar ofrece una carta pequeña pero exquisita: hay malteadas, leche, café, refrescos y churros. Sus chocolates calientes son famosos, pero debes poner mucha atención con los paquetes que eliges. El español, por ejemplo puede resultar muy dulce y espeso. Lee las letras chiquitas del menú antes de que ordenes.

En épocas de lluvia, El Moro es un buen sitio para disfrutar del tiempo y gozar de un armonioso ambiente a la mexicana. Por si fuera poco, abre las 24 horas del día.

Tip: Las tortas y tacos que está junto al establecimiento son buenísimas y las puedes comer mientras tu pedido en El Moro está listo.

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  • Restaurantes
  • Mexicana
  • Cuauhtémoc
  • precio 2 de 4

La cocina mexicana está en boga quizá porque ahora forma parte del patrimonio inmaterial de la humanidad. Basta una lectura rápida de cualquier guía turística sobre el DF para saber que uno de los lugares que más recomiendan visitar para descubrir los sabores del país es el Café de Tacuba, que acaba de cumplir cien años de vida. La casona es del siglo XVII con techos altos sostenidos por vigas de madera, decorado con candelabros y mosaicos tipo talavera, cuadros de arcángeles y ambientación musical que corre a cargo de una estudiantina ambulante. El menú bilingüe proporciona diversión garantizada especialmente al llegar a los machitos fritos, traducidos como fried machitos. Lo realmente divertido es que la guajolota no tiene traducción ni vergüenza.

Después de servirme un agua de sandía, la mesera con uniforme blanco e inmenso moño en la cabeza, me sugiere probar un poco de todo y ese platillo se llama cuatro cositas (four little things, baby). Frijoles refritos, guacamole, arroz con menudencias, un tamal en salsa verde o chile relleno (a escoger), un taquito dorado y una probadita de la estrella del menú, la enchilada tacuba: tortilla rellena de pollo tierno bañada con salsa poblana cremosa y queso derretido que causa adicción instantánea. Ovación de pie se lleva el guacamole pensado para paladares que no comen picante.

En los postres aparecen los dulces típicos además del pastel de limón glaseado color verde radioactivo que se encuentra en el refrigerador de la entrada, aunque el de tres leches con cubierta de cajeta le dice quítate que ahí te voy. Ahora sé que la cocina mexicana está bien representada y que cuando extrañe la sazón de mi abuelita, tengo un lugar a dónde llegar.

  • Bares y cantinas
  • Cantinas
  • Cuauhtémoc
  • precio 2 de 4

Es un museo taurino pero no tiene nada que ver con la matanza de toros. “Faena” del latín “facienda” que significa “cosas que hay que hacer” nos deja en claro que una cosa que hay que hacer es visitar esta cantina-museo taurino que junto con El Bar Mancera -a sólo una puerta de distancia- son consideradas dos de las cantinas más antiguas y tradicionales del Centro Histórico de la Ciudad de México. Eso sí, mientras el Bar Mancera conserva el espíritu de hombre elegante de los años veinte con monóculo y whisky en mano, La Faena, sin afán ni pretensión de modernizarse, da paso al descascaramiento de los pósters taurinos, las vitrinas de trajes de luces que decoran el lugar y; permite que convivan tranquilamente teléfonos de madera empolvada de inicios del siglo XX con sillas y mesas de plástico, la caja registradora que triplica la edad de los asistentes más jóvenes, óleos de temas taurinos y un altar a la virgen de Guadalupe que está enmarcada por una serie de foquitos que se pudo haber escapado de algún árbol navideño para alumbrar la vitrina guadalupana. 

Ambos lugares comparten ubicación en lo que fue el Palacio del Marqués de Selva Nevada y que a finales del siglo XIX se adaptó todo el interior para dejar en el pasado a los marqueses y transformarse en el Hotel Mancera. La Faena se fundó en 1954 y fue el lugar de reunión de los integrantes de la asociación mexicana de novilleros, razón por la que ahora ostenta el título de cantina-museo taurino.

La carta de comida y bebidas es de lo más variado de la zona y bien se puede ir sólo a degustar la comida que Eudoxia Hernández, con más de treinta años a cargo de la preparación de los alimentos, cocina en el momento y con las recetas originales. La sopa Azteca y el molcajete de carnes son clásicos. En el apartado de bebidas, a pesar de que ofrecen una amplia selección de Brandys españoles, vinos, mezcales y vodkas, la de la casa es la cerveza oscura de barril servida en su tradicional bola de cristal y acompañada de la botana, también de la casa que un día puede ser caldo de camarón, otro sopes o chicharrones y si tienes suerte, unas deliciosas quesadillas de papa.

La rocola que está en medio del salón tiene desde éxitos de la época de oro como Agustín Lara hasta las cumbias típicas de la Sonora Dinamita o Los Ángeles Azules, pasando por Roberto Jordán y Johnny Laboriel. En una sola noche puedes ver tanto a mujeres entaconadas, hombres con sombrero y accesorios de charrería, como al DJ en turno o el grupo tropical encargado de ambientar con cumbias en vivo.

Carlos Monsiváis conocía bien La Faena y algunas veces se han dado cita Diego Luna o el boxeador Rubén El Púas Olivares. La variedad es lo que predomina en el restaurante-museo taurino La Faena. La caja registradora es el método de cobranza, así que evítate preguntar por terminales para tarjetas de crédito, aquí es a la antigüita.

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  • Restaurantes
  • Cuauhtémoc
  • precio 3 de 4

Cerca de la esquina donde Bolívar y Allende se ven cara a cara, Juan Pablo Ballesteros, bisnieto del fundador del Café Tacuba, abrió un lugar que incorpora ingredientes y preparaciones tradicionales mexicanas con técnicas innovadoras.

Los muros, construidos hace más de 400 años usando limosnas en especie: cantera, ladrillo, piedra volcánica o tezontle, eran llamados “limosneros”, y dan nombre y personalidad al rejuvenecido galerón que hoy presume una decoración moderna y elegante.

El chef Marcos Fulcheri puede estar tranquilo de que su equipo de meseros sabe exactamente de lo que está hablando. No podría ser de otra manera con un menú diseñado por el propio Juan Pablo Ballesteros y la chef Lula Martín del Campo, ideal para maridarse con una refinada selección de cervezas y mezcales artesanales, con una amplia variedad de etiquetas mexicanas que completan la carta.

Las entradas van desde un creativo cono de chicharrón de queso con cuitlacoche, unos suaves tacos de venado acompañados de una tersa salsa de pepita de calabaza o uno de mis favoritos, el tamal crujiente de acocil. La crema divorciada de frijol –bayo y negro– me quedó a deber, así como los tacos de jamaica, equis. Pero el pollito pambazo me reconquistó. Un tierno pollito de leche relleno con papas con chorizo, cocinado con alcaparras, es un platillo que me hará volver. De postre pide el volcán de chocolate con helado de hoja santa.

Limosneros quiere ser lo mejor de su propia historia familiar, reinventado por las ideas de su cuarta generación de restauranteros. Es una especie de “volver al futuro”, pero en las cocinas mexicanas. Una gran responsabilidad que esperemos se consolide con el tiempo.

Algo que hizo sentirme un poco mexican curious mientras comía, fueron los turistas que acarrea una suerte de guía y quienes son invitados a probar los mezcales y a ver los platillos que otros comen. Raro, pero supongo que forma parte del México mágico del Centro Histórico de esta supercapital.

  • Bares y cantinas
  • Cuauhtémoc
  • precio 3 de 4

Un anfitrión elegantemente vestido de negro será lo primero que verás al entrar a este relajado espacio con decoración color negro y rojo. Él te conducirá a las bóvedas subterráneas de lo que hace algunos años era el Banco de México, que desde hace ya varios años emulan al Zinc, el legendario club de jazz de Nueva York. Callado a momentos, los silencios se interrumpen con las armonías complejas y la polirritmia de cualquiera de los muchos géneros del jazz.

La música de la síncopa atrae, en esta ciudad, a un público de lo más variopinto: universitarios, bohemios, conocedores, intelectuales, adultos de todas –literalmente todas– las edades, hipsters, fresas, indefinidos, despistados. Todos sentados en las mesas dispuestas ante el escenario.

Mientras esperas a los músicos –que suelen salir alrededor de las 10pm–, pídele a Adán, el barman, su muy recomendado mezcalini de tamarindo, o bien, un cosmopolitan o whiskey en las rocas para hacer tradición a los viejos clubes de jazz. Para satisfacer aún más al paladar, acompaña con el pulpo a la griega.

Los solitarios también son bienvenidos: el lugar te resultará acogedor, siendo su amplia barra tu refugio y el gran reloj verde, que cuelga frente a ella, tu acompañante. Degusta, escucha, y déjate llevar por la improvisación de la música. Para que por lo menos taches “ir a un club de jazz” de tu lista de cosas que hacer antes de morir.

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No tiene sillas, uno come parado –debiéramos decir: arrimado– en la banqueta. El maestro taquero orquesta un micro circo de dos pistas: en la primera hierven, en aceite, el suadero, la tripa, la longaniza. En la otra se cocinan, al vapor, la cabeza y sus derivados: el cachete, la lengua, la trompa, el ojo. Este lugar es una leyenda secreta de los tacos callejeros. Sólo para cerciorarnos de su poderío, volvimos a probarlos para esta ocasión: son indiscutibles. El suadero es jugoso, suave, perfectamente sazonado. El cachete está en su punto. La longaniza es un poema. Las salsas pican pero no ofenden, realzan el sabor de la carne, no lo sepultan. Quizá el mejor suadero del DF.

Tip: Entra a la cantina de junto, Los Portales de Tlaquepaque, bebe a placer y, como botana, pídete unos tacos de suadero con todo. Te los traen de aquí.

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