Parque Duraznos es sede de propuestas gastronómicas interesantes como Cortile, Aromas, Koya y, desde este año, un nuevo espacio dedicado a los sabores asiáticos. Desde la terraza de Narú tienes visión del movimiento del centro comercial o, si no quieres algo tan abierto, dirígete hacia las mesas cerca de la barra, desde donde verás a los maestros de sushi trabajar el pescado frente a tus ojos con todas las medidas de higiene requeridas.
En cuanto tomamos posesión de nuestro sillón, llegó el staff a tentarnos con un carrito donde ofrecen cinco opciones de sake, todo japonés. Elegí el de la casa que viene en una botellita individual, (hay una más grande que alcanza para dos personas). De sabor suave y amigable para una comida de media tarde.
Entre las entradas, el más popular (no sólo en nuestra mesa sino en todas a nuestro alrededor) fue el Crispy rice salmon: cuatro bocadillos de arroz frito o asado con topping de una mezcla con trocitos de salmón, con aguacate y un punto de hueva de pescado negra.
Otro buen comienzo fue pedir las croquetas de cangrejo, con la costra perfectamente crocante, que van servidas sobre una crema tártara y se dippean en salsa agridulce tonkatsu. No íbamos a dejar pasar los rollos, así que probamos el Lemmon y el Dragon roll. Entre ambos, aunque el primero sonaba arriesgado porque lleva cáscara de limón eureka, en sabor me pareció más memorable el segundo, con camarón tempura por dentro, anguila y aguacate por fuera.
Aunque se nota el cuidado en el pescado de sus sashimis y nigiris, en el resto de la carta no esperes de Narú un restaurante tradicional japonés. Aquí se inspiran en los sabores de oriente pero adaptando los platillos para que sean bien recibidos por el paladar mexicano. De ahí que hay platos similares a los de otras cadenas de sushi pero llevados un poquito más lejos. Lo que sí es distinto es que aquí hay una gran variedad de postres; me fui por el más japonés, un lava cake de matcha, que resultó una de las joyas escondidas de Narú.
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