Si bien para alcanzar el éxito, la serie Riverdale apostó por los lineamientos de fórmula correspondientes al drama juvenil y el suspenso con aire a telenovela, conservando únicamente los nombres del cómic que toma como base, al menos eso sirvió para que este terminara de consolidar una necesaria reinvención, la cual ya venía empujando desde unos años antes y que no terminaba de llevar hasta sus últimas consecuencias.
En los últimos años, una de las tendencias más importantes dentro del cine y la televisión es la de la autoreferencia. Esta ha sido impulsada por creativos —sobre todo directores—, que vivieron su infancia en los ochenta y su adolescencia en los noventa, mismos que suelen utilizar como principal materia prima elementos del entretenimiento que los marcaron en aquellos años, y por los que aún mantienen un muy particular gusto.
Es de ahí que han surgido producciones como Super 8, la nueva versión de It —no es gratuito que la historia original se desarrollara en 1960 y ahora la ubicaran en 1988—, y por supuesto Stranger Things. Los tres ejemplos priorizan como escenario los suburbios estadounidenses y ponen en el centro de todo a un grupo de adolescentes, algunos de ellos provenientes de familias fracturadas o disfuncionales —utilizando la fórmula E.T. de Steven Spielberg—, con la desaparición de uno de ellos como detonador, para dar pie una obra inmersiva queme rinde culto a la naturaleza misteriosa de la frontera entre la realidad y los sueños, así como a la capacidad de sorprenderse con ellos.
En el caso de Stranger Things, Will Byers es el nombre del chico en cuestión y el que más se pronuncia a través de los distintos episodios, pero es hasta aquí, dentro del mundo de las viñetas, que reclama y se queda con todo el protagonismo. Stranger Things: El otro lado se trata de un relato que da un vistazo a lo que sucedió durante todo ese tiempo que estuvo del “otro lado”, al detallar su desarrollo emocional resultado de enfrentar la madurez a través del miedo generado por un universo enrarecido y amenazador, y al conectar con momentos clave dentro de lo que se pudo ver en la serie —las luces navideñas para comunicarse, las huellas del destino fatal de Barb—, ilustrando así aquello que solo se implicaba y dando respuestas a algunas de las preguntas que quedaron en el aire.
Ilustración: Panini Comics
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Por si fuera poco, en Stranger Things: El otro lado, el guionista Jody Houser (Dr. Who, Los Expedientes Secretos X) acierta al darle un peso específico a la afición que Will tiene por los juegos de rol y que comparte con sus amigos, elaborando analogías al utilizar a su otrora contraparte dentro de los mismos, un hechicero apodado “El Sabio”. Esto redunda en insertos coloridos cuyo estilo contrasta con el realismo del trazo que utiliza Stefano Martino (Dr. Who, Angel: Season 6) en el resto de las secuencias —muy acorde para el concepto de la serie original de Netflix—, aludiendo a la fantasía tradicional cuya épica acentúa el dramatismo del trayecto del personaje, fortaleciendo en su personalidad los rasgos que al final definen al héroe, es decir la valentía y el sacrificio.
Claro, todo sin olvidar las referencias a la cultura pop y principalmente el cine —Tiburón, Poltergeist, El señor de los anillos—, que aquí, en Stranger Things: El otro lado, son revestidas por el tono siniestro de lo que a final de cuentas es un thriller que encuentra la conclusión con una escena que ya habíamos visto y adquiere aún mayores matices de inquietud.
Sin duda, a pesar de que a veces lo implosivo del arte en su conjunto le hace perder solidez, Stranger Things: El otro lado es más que una simple extensión en cómic para aprovechar la popularidad de la franquicia; se trata de un efectivo complemento que llega para enriquecerla y por sí mismo resulta muy disfrutable. La miniserie gráfica es traída a Mexico en un tono recopilatorio por editorial Panini.