Restaurante Pujol en el DF
Foto: Fiamma Piacentini

Restaurantes en la CDMX reconocidos por Latin America's 50 Best Restaurants en 2020

El reconocido ranking Latin America's 50 Best Restaurants dio a conocer los 50 mejores restaurantes de LATAM. Estos son los que están en la CDMX.

Andrea Vázquez
Escrito por
Andrea Vázquez
Publicidad

La lista The World's 50 Best Restaurants ha sido un referente para la industria gastronómica desde sus inicios en el 2002. Esta lista, que echa mano de un pánel de más de mil expertos y reconocidos actores de la escena culinaria global, reconoce a los mejores restaurantes del mundo y, de paso, deja ver cuáles son los mejores destinos gastronómicos del año y funciona de barómetro para conocer las tendencias gastronómicas globales. 

Además de la premiación The World's 50 Best Restaurants, la organización tienen eventos anuales que se enfocan en regiones específicas: Asia's 50 Best y Latin America's 50 Best Restaurants. En la segunda lista, que realizó su premiación de 2020 el 3 de diciembre, figuran nueve restaurantes mexicanos.

Entre los restaurantes mexicanos premiados en la edición de 2020 de Latin America's 50 Best Restaurants se encuentran Pangea, el restaurante ubicado en Monterrey a cargo de Guillermo González Beristáin (lugar 14); Alcalde, el restaurante tapatío a cargo de Paco Ruano (sitio 15). y Le Chique, el restaurante en Cancún a cargo del chef Jonathan Gómez Luna (posición 30). 

La CDMX no se quedó atrás. Estos son los restaurantes galardonados que tenemos en nuestra capital y la posición que ocuparon en el ranking.

Te recomendamos: Estos restaurantes de la CDMX forman parte de la lista El Espíritu de América Latina y Pujol es reconocido como el restaurante más sostenible de América Latina

36. Máximo Bistrot Local
  • Restaurantes
  • Bistros
  • Roma
  • precio 2 de 4

“Es lo único que sé hacer”, dice Eduardo García, chef de Máximo Bistrot, con respecto a la cocina. Nació en Guanajuato, pero cuando era chico se mudó con su familia a Atlanta, donde la comida de su mamá fue su único contacto con México. Para poder sobrevivir y ganar dinero entró de lavalozas a un restaurante, donde aprendió el oficio de cocinero. Nunca estudió gastronomía pero, aun así, terminó cocinando en Le Bernardin, uno de los mejores restaurantes de Nueva York especializado en cocina eurocéntrica clásica. Luego conoció al chef Enrique Olvera en Vancouver. Olvera se enteró que había trabajado en uno de sus restaurantes favoritos y lo contrató en Pujol.

Durante los tres años y medio que trabajó con Olvera, Eduardo se dio en cuenta que hacían falta restaurantes ecológicamente conscientes en México, que tomaran responsabilidad con lo que pasaba en el mundo.

En respuesta, abrió su restaurante: Máximo Bistrot. Años después de su apertura, todavía es difícil encontrar mesa sin reservación.

Posicionado en esquina discreta de la Roma, el restaurante sigue la estricta filosofía de apoyar los productos nacionales. Lo demuestra en todos los aspectos del restaurante, desde sus servilletas tejidas a mano por artesanos oaxaqueños hasta la selección diaria de platillos dependiendo de los ingredientes disponibles, todos locales. El pan posee las cualidades que debe tener: calientito, crujiente por fuera, suave por dentro, y del día. Puede venir acompañado de cualquiera de las mantequillas elaboradas esa misma mañana, de haba y queso de oveja, de ceniza de berenjena y queso de cabra o de aceite de trufa.

Los platillos son sofisticados sin caer en una presentación ostentosa y se pueden acompañar con una cerveza artesanal o con un buen vino de mesa. El menú cambia diario, pero nunca dejan de impresionarnos. Algunos de los más memorables son los mejillones preparados con coco y azafrán, el pato acompañado de puré de papa e hígado, el huachinango en cama de lentejas y sus risottos.

El postre es otro de sus fuertes, especialmente el tartin caliente de manzana acompañado de crema batida. Como dijimos, los platillos cambian, incluso entre la hora de comer y la cena, por lo que espera siempre encontrar nuevas opciones.

  • Restaurantes
  • Clavería
  • precio 3 de 4

Es el restaurante número 31 de Latinoamérica, según The World’s 50 Best Restaurants 2019. Nicos tiene poco más de 60 años de existencia y tal parece que se pone mejor conforme pasa el tiempo. El chef Gerardo Vázquez Lugo y su madre, María Elena Lugo Zermeño, se han encargado de convertirlo en una mesa de primer nivel, que afianza sus raíces al mismo tiempo que su renombre.

No hay menú degustación, ni manteles blancos y largos en las mesas. El servicio es cuidado, pero no desmedido. La carta presenta platillos que todos conocemos de casa, pero elevados con montajes y técnicas modernas.

Una de sus mayores aciertos: recopila saberes culinarios de distintos estados de la república. Tienen una cecina de res crujiente de Guanajuato, pulpo enamorado acapulqueño, salpicón de res yucateco, ensalada César tijuanense, jaibas suaves de Huatape (Veracruz) o truchas michoacanas al epazote. También cuentan con menús especiales con ingredientes de Navidad, Año Nuevo y Día de Muertos.

Como la filosofía de Nicos regresa siempre a lo hecho en México, una parte importante del concepto son sus vinos y destilados nacionales. Lo mismo podrás encontrar opciones del Valle de Guadalupe, que cervezas artesanales que hacen en la CDMX y el Valle de México. Por lo mismo, los precios de este sitio son algo elevados. Pero lo valen.

Publicidad
  • Restaurantes
  • Jardínes del Pedregal
  • precio 4 de 4

La alta gastronomía es por naturaleza intrépida, pero nadie lo pudo decir mejor que Alejandra Carbajal, coordinadora de fotografía de Time Out México: “Edgar Núñez no le tiene miedo a nada”. Esta frase se me grabó en la memoria junto con la estampida sensorial de un menú degustación de 10 tiempos, irrepetible, quizás, porque este cambia cada semana. Las fotografías sustanciosas que encontrarás en la parte superior de esta reseña le hacen justicia a ese momento fugaz; labor del chef Núñez, del jefe de cocina Antonio Trujano y de Edgar Allan en repostería, sin dejar fuera al servicio intachable en el comedor.

Se trata de uno de los mejores restaurantes del mundo, y aunque difiero de algunos criterios —axiomáticos— de colocación de la lista The World’s 50 Best Restaurants, también defiero y te comparto como referencia que Sud777 quedó entre los 100 mejores, como el número 64 (2018). Asimismo, es el número 11 de la lista Latin America’s 50 Best Restaurants (2017). Para la Ciudad de México (Top. 10. Restaurantes de la CDMX) es un representante de la cocina de producto —de las chinampas de Xochimilco o de su propio huerto, olvídate de la cocina de origen y sencilla, decir que lo hacen simple sería engañarte, es comida complicada (en connotación positiva) que requiere un análisis de sus algoritmos gustativos y del por qué de cada elemento, lo disfrutas desde la anticipación de lo desconocido, de la duda visual e incluso con el abrazo de lo que te rodea en la mesa. La construcción del lugar, que consideramos como uno de los restaurantes para amantes del diseño, es obra del despacho de arquitectos Niz-Chauvet con interiorismo de Adán Cárabes; en conjunto lograron un paisaje que llevó el exterior al interior con abundante luz natural, piedra, madera y agua, en perfecta sintonía con una mansión del Pedregal, y con lo que te sirven de comer.

Un menú degustación de Sud777 no es aleatorio, conserva elementos que reaparecen un tiempo sí, otro no, esto te da continuidad y seguridad aunque su esquema jamás cae en la monotonía o en lo predecible. Para despabilar el gusto, comenzó con el pimiento y chocolate, un chile relleno de chocolate amargo y cacao crujiente, así tal cual. Siguió una cuchara con mamey y foie gras, me olvidé del chocolate pero el crocante persistió con el caramelo que llevaba encima, los sabores homogéneos del hígado y la fruta me prepararon para lo que seguía. Con el honesto nombre de mamey, la cocina mandó un caldo tibio de jitomate clarificado, con pixtle —hueso de mamey— que le dio un matiz almendrado al líquido; el personaje principal fueron los trozos de mamey fresco, no tan maduro y un poco más frío que el caldo. Todo junto sabía a flores (también llevaba algunos pétalos), ligeramente ácido y las gotas de aceite de oliva sellaron la parte vegetal, uno de los platillos más completos que he probado en mi vida.

El tercer tiempo fue uno muy largo, no por lo que tardaría en comerlo sino por su complejidad y persistencia en la boca. Los elementos por separado no tenían mucho sentido: fresas, chícharos, gelatina de jerez con menta y jugo de res. O muy dulce o muy salado, el jerez imperceptible; pero había que probarlo todo junto. El umami se mantuvo todo el tiempo, cada sabor necesitaba del otro para existir y formar la cadena. Al final reconocí que el tacto (las texturas) no jugó ningún papel relevante en este platillo. No fue así con el morillas y nieve de bosque, donde el juego visual y el tacto fueron primordiales. Si alguna vez me pregunté a qué sabe un bosque, este platillo me dio la respuesta, pero antes de descubrirlo vi como prepararon frente a mi el helado de pino y pasto con nitrógeno y lo dejaron caer sobre las morillas, sonando y humeando en frío. Los hongos, de sensación esponjosa tenían un sabor que ligó con el jugo de res del platillo anterior, un salado dominante que a no ser por el helado —tan fresco como la punta congelada de una conífera— no se lograba una medida correcta; así como la porción tan justa, ya que otra cucharada hubiera sido aromáticamente empalagosa. Las ramas de pino que adornaban el contorno del platillo no eran (estrictamente) comestibles, pero sí vistosas; fue un quinto tiempo —marcando la mitad del camino y un cierre fenomenal de las entradas— que satisfizo ojos, nariz, boca y también oído.

Los dos platos fuertes fueron contundentes y con personalidades opuestas. El primero un bacalao, sobre alubias en su caldo y salicornias, encima tres mejillones y kale deshidratado. Este tiempo fue el más elegante de los 10, comerlo fue bajar una escalera de aromas hacia un descubrimiento: qué bien se lleva la grasa del bacalao con la textura —al dente y semipastosa— de las alubias cuando se cuecen como se debe. Los mejillones tuvieron un papel alterno, el del elemento ácido que redondeó sutilmente al resto, y la lechuga seca fue una pincelada crocante y herbácea. Para el segundo plato fuerte los cocineros y los ingredientes se subieron a la cuerda floja, donde la mínima pérdida del equilibrio hubiera sido catastrófica. Pero lograron llegar del otro lado, erguidos e infalibles. Fue una oda al buen manejo de las grasas para que todo tuviera una textura acariciante en la boca, sin exagerar. La estructura del pato y su característico sabor se volvieron uno con los escamoles en mantequilla que pusieron encima, de pronto percibí la potencia del epazote pero fue corto, porque no se trataba de opacar a los huevos de hormiga y al magret, el que por cierto me hubiera gustado un par de grados más caliente, pero sólo como nota al margen. Debajo de ellos había un espejo de salsa, la misma de res, la que antes fue reconfortantemente salada aquí robó cámara, invitándome a comer un pedazo de aguacate ahumado con epazote seco, entonces se neutralizó la potencia y la cuerda cesó de sacudirse, me sentí listo para recomenzar; un juego de vaivén y una de las maneras más deliciosas en que me han servido pato y escamoles.

El chef repostero Edgar Allan también nos quiso decir varias cosas y lo hizo en tres partes. La primera fue un postre de poro, papa y canela en una torre de tres pisos, de sabores tímidos, aún con la canela, y texturas tersas para descansar de los siete tiempos anteriores. Después vino el fresa, ruibarbo y violeta, un postre anisado donde la esencia floral apareció en el helado, el resto de los elementos fueron una dócil presencia almibarada. Finalmente el café, naranja y cacao, con sabores oleaginosos y cremosidad aromática, una verdadera delicia que se debe acompañar con un fuerte expreso, por aquello de cerrar con broche de oro, como el oro comestible que decoraba en forma de delgadas láminas la corona de este décimo tiempo.

Decide comer en Sud777 en varias ocasiones y siempre probarás cosas distintas, a menos que prefieras algo del menú fijo. Podrás no ser partidario de algunos ingredientes o sabores, pero la técnica que tienen es impecable, afinada e inteligente, sorprende que el menú degustación cueste $980 si lo comparas con la calidad de alimentos y atención que recibes. Claro que hay maridaje con vino por un precio adicional ($550), pero a diferencia de otros restaurantes tienen maridaje con jugos e infusiones ($350).

Tenía mucho tiempo sin visitar Sud777 y el chef Edgar Núñez y su equipo me recordaron que además de retirarte satisfecho, partes con una experiencia gastronómica memorable.

11. Quintonil
  • Restaurantes
  • Polanco
  • precio 4 de 4

Cuando un cocinero entremezcla su trayectoria con sus más entrañables recuerdos culinarios, aparecen platillos como el arroz de aguacate con huevo perfecto, de Jorge Vallejo. Su tostada de salpicón de jaiba, nuevo integrante de su carta, nos recuerda que la cocina mexicana es una de frescura, acidez, contrastes y sutilezas. Quizá esta sea una de las mejores mesas de la ciudad, la única manera de saberlo es yendo.

Publicidad
9. Rosetta
  • Restaurantes
  • Fusión
  • Roma
  • precio 3 de 4

Toda esta casona afrancesada, de techos altos e interior en tonos pastel, despide aroma a mantequilla: son los mejores panes y pastas de la ciudad. Si tienes suerte (o reservación) podrás sentarte en el patio, de paredes blancas y discretos motivos florales. Los muebles vintage con detalles modernos crean un aire bucólico.

La carta está compuesta por cocina italiana con toques mexicanos, aquí nada de clichés. Hacen uso de ingredientes –sobre todo marinos– medianamente desconocidos, en recetas como las que cocinaría una abuela italiana, con destellos de la creatividad únicos de la chef Elena Reygadas. Ella estudió en Londres, donde por un lustro amaestró el arte de la gastronomía en el restaurante Locanda Locatelli. Muy seguramente la verás al visitar el lugar, pues tiene la hospitalaria costumbre de pasear entre las mesas para platicar con los comensales.

El menú cambia frecuentemente para ajustarse al clima y a los ingredientes estacionales. Sin embargo, te recomendamos, de entrada, la burrata o las flores de calabaza al tempura rellenas de queso ricotta, y para plato fuerte, sus risottos (los mejores del DF), que puedes acompañar con la amplia variedad de vinos tintos, blancos, rosados y espumosos que el restaurante ofrece.

A pesar de las modificaciones del menú, la clientela del Rosetta es constante, pues ya es fama que cualquier platillo que pidan será sencillo, pero delicioso. El ambiente es completamente amistoso en las tardes y muy romántico en las noches. Eso sí, habiendo tantos fans del Rosetta, es altamente recomendable hacer reservación.

Por si fuera poco, el éxito de su panadería ha dado fruto en dos locales (Roma y Juárez) especializados en pan dulce y salado, café y sándwiches.

Es necesario advertir que hay que guardar espacio para el postre. El broche de oro es su crumble de ruibarbo con helado de jengibre: incomparable.

5. Pujol
  • Restaurantes
  • Mexicana
  • Polanco
  • precio 4 de 4

La cocina como expresión filosófica, la preparación de los alimentos como una metodología de la sutileza, el restaurante como un espacio de introspección y el chef como un creador. Cuando Enrique Olvera abrió Pujol en 2000, la gastronomía mexicana dirigió la mirada hacia sí misma para cuestionar sus procesos tradicionales. Cobró, por así decirlo, conciencia crítica.

Influido por las corrientes más vanguardistas de ese tiempo, Olvera deconstruyó las recetas de la cocina popular para dejar irreconocibles los platillos de todos los días. En pocos años, pasó de ser un chef excéntrico a una figura pública, indispensable en la escena gourmet capitalina. Las portadas de revistas y nuevos proyectos restauranteros le otorgaron una suerte de ubicuidad.

Por un periodo, hacia finales de la década, incluso descuidó a su restaurante original, su laboratorio de creación de platillos. Sin embargo, en cuanto volvió a poner las manos y la mente en la cocina, Pujol recuperó su antiguo prestigio, su maestría, su fuerza originadora. En sí, en palabras del propio chef, el cambio del concepto transitó del replanteamiento de las delicias de la calle, a la búsqueda creativa personal, lo que amplió el campo de la experiencia.

El trabajo de recuperación obró sus frutos. En 2011 Pujol fue considerado como uno de los 50 mejores restaurantes del mundo por la lista The 50 Best Restaurants.

Los platillos que pudiéramos recomendar para esta reseña muy probablemente no volverán a aparecer en el menú, porque la carta está en permanente mutación de acuerdo a la temporada del año, a la disponibilidad de los productos de ese día o al capricho momentáneo de sus creativos.

Pensemos que el menú del día obedece en muchas ocasiones a lo que está disponible en el mercado. Imaginemos que mucho de lo que ahí se prepara está lejos de las técnicas convencionales de la cocina y más cerca de los procesos de la química, o de la alquimia. Los ingredientes son autóctonos, prehispánicos y en ocasiones orgánicos, muy tradicionales.

He probado en Pujol un taco placero líquido (que sabe exactamente como el taco placero, pero se bebe), un taco al pastor deconstruido (que es delicioso y más sano que la garnacha callejera), o unas costillas de cordero que me hicieron llorar. Es una cocina viva, que se transforma. Y no para.

En 2017 Pujol decidió cambiar de locación, de Petrarca a Tennyson, aún Polanco. La nueva casona de Polanco permite ver a través de sus ventanales un jardín con huerto orgánico del cual provienen los aromas que sazonan los nuevos platillos. Los elementos que componen el menú de degustación son aún referentes nacionales: cacahuazintle, almeja chiluda, hongos, cordero, tamales y pinole. Y, para acentuarlos, piruetas de sabor de la sal de gusano, los quintoniles, el habanero y los moles.

El cambio de dirección llegó con otra sorpresa, pues apareció una nueva modalidad de servicio, una barra de tacos estilo omakase. Esta palabra japonesa quiere decir encargo y en el rubro gastronómico le otorga al chef la posibilidad de servirle al comensal (con su entregada confianza) lo que él quiera. Los chefs de Pujol combinan los ingredientes más mexicanos o foráneos para servirlos en forma de taco, así que todos los días el menú omakase de Pujol tiene algo nuevo que brindar.

El mejor restaurante de México no pasa de moda ni se le incrementa por temporadas. Permanece como un constante testimonio de la nueva cocina mexicana, o la cocina mexicana contemporánea, dos términos que por más de 17 años han tomado un nuevo significado desde las cocinas de Pujol.

Recomendado
    También te puede gustar
    También te puede gustar
    Publicidad