Si bien para alcanzar el éxito, la serie Riverdale apostó por los lineamientos de fórmula correspondientes al drama juvenil y el suspenso con aire a telenovela, conservando únicamente los nombres del cómic que toma como base, al menos eso sirvió para que este terminara de consolidar una necesaria reinvención, la cual ya venía empujando desde unos años antes y que no terminaba de llevar hasta sus últimas consecuencias.
A pesar de su enorme popularidad, Hotel Transilvania es una de las propuestas más convencionales dentro del rango creativo que ha demostrado que puede alcanzar el genial Genndy Tartakovsky. Muy por encima de ella están producciones como la antología de cortos titulada Las guerras clónicas, de Cartoon Network, realizadas para complementar la saga de precuelas de Star Wars —cuyo lanzamiento fue entre el Episodio II y III—, y por supuesto la estupenda serie Samurai Jack.
Esta última tiene como protagonista a un valeroso guerrero errante: busca volver a casa luego de que un demonio antropomorfo lo enviara a un desolado futuro, en donde ha logrado dominarlo todo. Aquí, el buen Tartakovsky alcanza niveles de virtuosismo a la hora de darle un enorme sentido dramático al uso de los planos y los recuadros, estirando al máximo los puntos de tensión al estilo del western, dentro de secuencias trepidantes y prácticamente sin diálogos.
Se trata de una obra animada de culto, que encuentra un acertado traslado más allá de la pantalla —los cómics— gracias a una aventura que no solo busca aprovechar el éxito de una fórmula probada, sino enriquecerla a través del lenguaje propio del mundo de las viñetas y el sello particular de sus autores. Esto último empezando por las ilustraciones de los artistas Josh Burcham y Andy Soriano, definidas por trazos vertiginosos y siluetas que se deforman sobre fondos de colores deslavados, logrando capturar la inquietud propia de la fuente original; pero especialmente por su historia, escrita por Jim Sub.
El autor lleva al protagonista errante a ir en busca de las partes que integran un objeto místico, mismo que le permitirá regresar en el tiempo y escapar para corregir la distopía en la que se encuentra sumergido. Para ello, el incansable samurai debe enfrentar batallas en lugares habitados por distintas especies insólitas, cuyos gobernantes van desde aquellos que usan el miedo para supuestamente protegerlos, hasta los que se regodean con el espectáculo de la muerte, pasando por los que simplemente no entienden que deben asumir su propia destrucción para poder alcanzar la redención y la libertad.
Es importante destacar que a pesar de que la violencia es parte indispensable, el relato no recurre a la sangre para impactar al lector; más bien apuesta por el enfrentamiento entre hombre y máquina, incluyendo algunas alegorías y un mensaje positivo que se proyecta través de su protagonista. Éste, por cierto, luce principios morales fuertes y siempre busca hacer lo correcto, además de que va acompañado con un discurso social crítico, que desafortunadamente es fácil de conectar con nuestra realidad, y nunca abandona una clara vocación por el entretenimiento.
Por si fuera poco, la edición —publicada en México por Editorial Kamite— recopila en un solo tomo los distintos capítulos que vieron la luz en formato grapa, mismos que van acompañados por evocadoras ilustración iniciales realizadas por Tartakovsky, amén de una espectacular galería de portadas, junto con bocetos y parte del proceso de creación de los personajes. Sin duda una pieza de colección.